En las décadas que siguieron a la Guerra Fría, se llevó a cabo en los Estados Unidos el famoso Proyecto Sunshine. Tal proyecto vino como consecuencia de las diversas detonaciones de bombas nucleares de las cuales las potencias del momento hacían alarde con el propósito de demostrar su superioridad bélica y por las bombas nucleares arrojadas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
El Proyecto Sunshine o “Brillo Solar”, en alusión al destello similiar a la luz del astro solar que se producía luego de explotar las bombas, tenía como objetivo primordial de recabar información a nivel mundial sobre los niveles de estroncio 90 absorbido por los seres humanos del su ambiente. Desde las bombas arrojadas en el Japón, los científicos habían observado que importantes elementos radiactivos como el estroncio 90, yodo y cesio radiactivos quedaban dispersos en el aire en forma de partículas ínfimas, siendo altamente peligrosos para el desarrollo de la vida en la tierra pues siguen conservando su toxicidad con el pasar de los milenios. En realidad, los hombres de ciencia -movidos por las superpotencias de aquella época, cómo es lógico de suponer - se mostraban más interesados por conocer cuáles eran los grados de contaminación que harían inhabitable el planeta para poder seguir experimentando con sus bombas radioactivas.
La investigación se centró en el estroncio 90,ya que como se había analizado, éste era ingerido del aire por el organismo humano y depositado en los huesos. Por eso mismo, se realizó a nivel mundial una recolección de muestras de diferentes países del mundo aunque siempre con reservas, dado el carácter discrecional del proyecto que tenía como epicentro a los Estados Unidos, quienes también se guardaron los resultados de las investigaciones así como muchos de otros de sus cruentos experimentos durante varias décadas.
Países como Índia, Chile, Brasil, Puerto Rico, Australia, Reino Unido y hasta Estados Unidos entre otros, constituyeron los lugares de donde se tomaron las muestras que consistían en cuerpos de seres humanos o al menos una parte de ellos. En ciertas ocasiones se obtuvo el permiso de los familiares para tomar las muestras pero en la mayoría de los casos, se actuó como si fueran unos verdaderos ladrones de tumbas. La razón de esto era porque los responsables del proyecto instaban a extraer las muestras aún sin consentimiento de la familia en beneficio de la ciencia… o de sus bolsillos mejor dicho: parte de la investigación resultó vendida para que los laboratorios actuales fabriquen drogas para enfermedades como la osteoporosis y hubo un notable comercio de cuerpos o de partes de estos pues los organismos de donde éstos se recolectaban recibían la considerable suma de 50 dólares americanos por muestra (y se recolectaron miles y miles). 50 dólares en esos años era un monto que pocos podían despreciar.
Ante las ansias de ganar dinero, poco importó que se sustrajesen fraudulentamente las muestras y hubo casos como en Inglaterra en los 70` donde a una madre le entregaron el cuerpo de su hija pero sin una pierna. A veces se sacaba la muestra sin que nadie lo note como por ejemplo una vértebra de la columna otras veces se trataba de cuerpos enteros; la mayoría de cuerpos enteros que se destinaban como muestras procedían de bebes y de niños pequeños. No sabría decirles como hicieron para obtenerlos y cómo no hubo familias que protestasen por ello, tal vez ni siquiera lo notaron. Y una de las cosas más aterradoras es que durante la investigación esas muestras recolectadas eran incineradas para analizar si sus cenizas contenían cantidades importantes de estroncio 90 y luego desechadas como cualquier residuo de laboratorio en muchos casos, en otros no se sabe qué fue de ellas: a la “ciencia” no le importaba muchos que esos restos hubieran sido seres humanos una vez.
Esto me recuerda a los celebres “robacuerpos” que hubo en Europa en los siglos pasados, quienes se robaban cuerpos de cemeterios o asesinaban gente con el objeto de vender luego sus restos a inescrupulosos estudiantes de medicinas o universidades necesitadas de cadáveres para estudiar. Aquellos “robacuerpos” más actuales no eran menos viles profanadores de tumbas que los de la vieja Europa. No está demás decir que para ocultar sus delitos había una prescripción de seguridad acerca del modo en que se embarcarían las muestras, pues debían tratarse de cajas especiales -no creo que haya sido para preservar el material biológico-.
Durante el mandato del presidente norteamericano Bill Clinton, el gobierno de Estados Unidos hizo un “mea culpa” y admitió haberse entrometido con esta serie de nefastas acciones que escandalizaron a la opinión pública no solo de su propio país. Pero para ese entonces ya había corrido demasiada agua bajo el puente, los resultados de las investigaciones habían sido destinados a fines comerciales sin embargo parte de la información todavía se oculta sobre todo para evitar conflictos en poblaciones afectadas a plantas nucleares e indemnizar a quienes de alguna u otra manera se vieron afectados por la experimentación con armas nucleares a lo largo del planeta.
Según los resultados finales del Proyecto Sunshine, el nivel de estroncio 90 analizado en las muestras recogidas a lo largo del mundo, no contienen el grado suficiente como para que este sea tóxico. No obstante hasta el día hoy, se tiene información que son los niños los mayores afectados por la contaminación de tal sustancia pues sus huesos en crecimiento son los que más absorben este elemento y lo depositan en vez del calcio por lo que sus huesos se tornan cada vez más frágiles, y existe una mayor incidencia de cáncer, sobre todo de hueso entre ellos -ese era el motivo por el cual los científicos preferían más las muestras provenientes de bebes y de infantes-.
Actualmente todos estamos expuestos al estroncio 90 gracias a las detonaciones nucleares atmosféricas, subterráneas, marinas y estratosféricas pero según los que estudiaron los norteamericanos no nos hace mal pues son cantidades pequeñísimas. Quienes sí se deberían preocupar por los efectos del estroncio 90 en su salud son aquellos que viven en las cercanías de plantas de energía nuclear pues la contaminación en estos lugares es muy alta. Desde hace unos años se vino poniendo en marcha el Proyecto Baby Teeth o “Dientes de Leche” y su análogo el Proyecto Ratoncito Pérez que procura recolectar muestras humanas pero de una manera más decente: se toman para esto los dientes de leche que pierden los niños en su desarrollo y se miden el estroncio que estos han absorbido, generalmente provienen de chicos que viven cerca de reactores nucleares.
No se ha establecido un protocolo de supervivencia en caso de contaminación con estroncio 90 aunque sí los especialistas aconsejan el suministro de calcio de inmediato para evitar que nuestro organismo absorba cantidades considerables de éste y evitar el contacto con fuentes de agua o tierra afectada por esta sustancia.
A mí me pueden decir que las bombas atómicas tiradas sobre el Japón fueron prácticamente inocuas o que hasta hacía bien a la salud a la radioactividad, según se lo dijeron a sus propios soldados y poblaciones locales -en su mayoría nativosamericanos o “segmento de la población no útil” como ellos escribían en sus informes-al momento de hacer sus explosiones con armas atómicas, que el estroncio 90 perdió su fuerza con el tiempo o que se fue del planeta, no obstante el derecho a reservarme la opinión siempre será algo mío.